domingo, 28 de octubre de 2012

Nacemos para amar


Algo de Ibone Olza que nos encantó y queremos compartirles….

                                                            
Nacemos para amar. Y para ser amados. El amor no es un capricho ni un lujo. Por el contrario es algo central para la supervivencia de nuestra especie. La naturaleza ha previsto que las madres se enamoren de sus bebés desde el nacimiento y que sea este amor el que modele el crecimiento de la criatura.
En base a esta primera relación amorosa se irá desarrollando el cerebro y con él la personalidad del recién nacido. Lo que la naturaleza ha diseñado para la supervivencia de nuestras criaturas es una maravillosa y fascinante sincronía de madres y bebés. Cuando el ambiente es respetuoso con las necesidades de ambos la crianza se convierte en una experiencia del más profundo y verdadero amor.  Ahora sabemos que es la química de ese amor la que permite a los bebés crecer confiando en la vida y disfrutando al máximo. Esa química amorosa que  se traduce en salud y placer.
Sin amor no crecemos. O crecemos maltrechos. Es la otra cara de la misma moneda. Cuando el vínculo falla, cuando por diversas razones los bebés no consiguen apegarse a sus madres y padres todo resulta mucho más difícil. Cuando se obstaculiza la química y no se permite la construcción natural de los cimientos del apego el resultado es dolor, dificultad, sufrimiento, desconfianza y en el peor de los casos desapego. Desapego que también se traduce en alteraciones cerebrales, crecimiento patológico, problemas de salud  e incluso patologías mentales.
Nacemos para amar y sin amor no crecemos. Pero esto no se suele enseñar en las facultades de medicina. A los médicos no nos inculcan la importancia del amor, ni como afecta a la salud. Es más, raramente se menciona el efecto del amor en los cuidados o en la relación con los pacientes. Dedicamos años al estudio de la química de la vida y del funcionamiento del cuerpo humano pero apenas aprendemos nada sobre la necesidad de amor para el crecimiento y la salud.
Lo que la ciencia del apego nos enseña es fácil de resumir: hay que cuidar a las madres para que puedan vincularse eficazmente con sus bebés. Cuidar a las madres significa respetarlas, escucharlas, sostenerlas. Pero ese respeto a las madres que debería ser el punto de partida todavía brilla por su ausencia en muchas facetas  de nuestra sociedad, incluida la ciencia. A lo largo de décadas las madres y sus experiencias han sido desautorizadas, ninguneadas o incluso culpabilizadas desde la psiquiatría, la psicología, el psicoanálisis o la medicina. En vez de ser tomadas en cuenta como verdaderas expertas y conocedoras de sus hijos han sido excluidas, privadas en ocasiones incluso del contacto con sus hijos o bebés, tachadas de inmaduras o inconscientes e incluso maltratadas.
Desde que inicié mi formación profesional como psiquiatra infantil me resultó chocante esa actitud despectiva hacia las madres en el entorno médico y psiquiátrico. “Esa madre es una histérica” era una sentencia habitual. A lo largo de la historia de la psiquiatría a las madres tristemente se les culpó de enfermedades tan graves como el autismo, la esquizofrenia o la anorexia nerviosa. Esta actitud persiste en muchos ámbitos y a veces reaparece disfrazada. No es de extrañar que el sentimiento de culpa sea tan frecuente entre muchas madres occidentales.
Se necesita una aldea para criar a un niño, dice el proverbio africano.  Sostener y proteger a la díada madre bebé no es tarea exclusiva del padre sino que debe ser una prioridad de toda la sociedad. Mi intuición es que nacemos para amar y que amando podemos crecer hasta lugares insospechados pero que intuyo gozosos, creativos, llenos de alegría y tan ricos en matices como un paisaje de naturaleza virgen.

Texto completo en:  La ciencia de las madres



miércoles, 3 de octubre de 2012

La maternidad cambia el cerebro de las mujeres y las hace más inteligentes


Durante el embarazo, el cerebro de la mujer es más plástico. (Corbis)
Algunas mujeres se quejan de la falta de memoria y concentración al tener a su bebé y tiempo después del parto. Parece como si nos hubiésemos vuelto tontas al ser madres. Pero nada más lejos de la realidad.
Katherine Ellison, una periodista americana premiada con el Pulitzer, se preguntó hace ya algunos años si la maternidad nos hacía menos inteligentes, y el resultado de su investigación lo publicó en su estupendo libro El cerebro de mamá. Cómo la maternidad nos hace más inteligentes, en un inicio titulado Inteligencia Maternal. “Parece ser que el estigma de torpeza mental asociado a la maternidad es injusto y falso”, afirma la autora. De su libro trata el presente artículo.
Cerebro encogido
Algunos estudios demuestran que el cerebro de la madre se encoge literalmente durante el embarazo. Pero parece ser que este “encogimiento” ayuda a la reestructuración del mismo, pues aumentan considerablemente las conexiones neuronales en áreas como el hipocampo (centro dedicado a la memoria emocional). Todas aquellas estructuras que se dedicarán al comportamiento maternal, básicamente situadas en el sistema límbico (lo que algunos llaman cerebro medio), realizarán un cambio gigantesco: allá donde habían carreteras, ¡se construirán verdaderas autopistas! El cerebro de la madre se prepara para asumir la responsabilidad de garantizar la supervivencia del nuevo ser.
Agudeza de sentidos
Los sentidos se agudizan con el fin de poder estar más atenta a los hijos e hijas. Por ejemplo, el sentido del olfato se hace más fino durante el embarazo y el parto, y en este momento se activan las estructuras cerebrales dedicadas al mismo. Esto parece ser debido a la hormona prolactina. Ocurre igual con la audición: las madres suelen reconocer el llanto de su bebé entre diferentes llantos. La capacidad visual también aumenta, a fin de preservar a su niño de los potenciales peligros. Aunque el sentido más importante es el del tacto. Las partes del córtex cerebral dedicadas al tacto se hallan cambiadas en la maternidad. Por ejemplo, en estudios con animales, la zona del cerebro dedicada al pecho doblaba su tamaño durante el tiempo de amamantamiento. Cuando una madre toca a un bebé y éste le toca a ella, recibe información muy sutil, pero muy poderosa, sobre cómo es su bebé, sobre qué siente y sobre cómo es su relación con él. Esto tiene un efecto a nivel cerebral.
Multitarea, mayor eficiencia
Las madres, al dar a luz, tienen que hacer frente a multitud de tareas nuevas y a la vez. Para asegurar la supervivencia del bebé, la progenitora tiene que priorizar, lo que conlleva a mayor eficiencia. Es habitual estar cocinando y hablando por teléfono, aprovechar mientras duerme el bebé para poner una lavadora, hacer las camas, la cocina y barrer. ¡Se aprovecha el tiempo al segundo! Todo esto, en una sociedad donde se exige mucho a las nuevas madres. Tener un hijo o hija pone a prueba la imaginación de los adultos: sacar recursos del fondo de la chistera, y de forma inmediata, porque no se puede dejar para otro momento más oportuno.
Las exigencias del día a día en la sociedad que estamos hace más ardua la tarea de ser padres en general. Así que las madres tienen que poner más a prueba su inteligencia.
Resistencia: reducir el estrés
A pesar de ello, hay buenas noticias. Las hormonas de la oxitocina y la prolactina, que se suelen segregar durante la crianza, especialmente durante la lactancia, ayudan a reducir el estrés. Así nos lo muestran las investigaciones en las que participa la investigadora sueca Kerstin Uvnas-Moberg. Durante el parto y la lactancia se activa un sistema antiestrés, la mujer está más protegida. Las neuronas que se encargan de la producción de oxitocina se reestructuran literalmente durante el parto y la lactancia. Según la autora, estos cambios pueden ser permanentes y facilitar el camino de cara a un próximo hijo o hija.
Motivación: la fuerza del amor
También gracias a la hormona prolactina, que funciona a nivel cerebral como neurotransmisor, las madres son más valientes. En las madres lactantes, por ejemplo, su nivel en sangre es hasta 8 veces superior al habitual. Como si la maternidad fuera un poderoso programa de afirmación personal. Las madres están dispuestas a pelear siempre a favor de sus hijos. Esta capacidad de lucha puede reflejarse en la existencia de asociaciones de madres en contra de muchas injusticias sociales. Las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, son un ejemplo.
Inteligencia emocional
Si definimos “inteligencia emocional” como “la habilidad de observar los sentimientos y emociones propios y ajenos, distinguir entre ellos y usar esa información para orientar nuestros pensamientos y nuestros actos”, parece ser que ser madre la pone a prueba cada día. Tanto practicar y practicar, al final se aprende. Parece que el ser madre ayuda a la comprensión emocional de los otros.
Así es que, según la evidencia, el cerebro de la mujer se halla en uno de sus momentos más plásticos (es decir, momentos de más crecimiento neuronal y mayores conexiones entre neuronas), durante la maternidad. Nada más lejos de volverse tonta.
Seguramente, la mente de una madre no está para memorizar o acordarse de ciertos detalles que son superfluos en comparación con cuidar de su bebé, su cerebro está muy ocupado. Tiene un objetivo de mayor trascendencia: criar a un ser humano.