lunes, 5 de abril de 2010

el nacimiento de Laia


Desde el primer momento decidimos que Laia nacería en casa. Queríamos... yo quería que fuera en la intimidad de nuestro hogar, con Alejandro, nuestros hijitos, una amiga, mi mamá cuidando de los chicos, y las Parteras.
De las Parteras esperaba que me cuidaran, que nos cuidaran. Que nos acompañaran todo el tiempo que hiciera falta, que hubiese silencio y respeto, que nos informaran de todo para poder decidir: que no hicieran y deshicieran pasando sobre mi, sobre nosotros.
Y que confiaran en mi capacidad de parir y en la capacidad de Laia para nacer. Que la recibieran amorosamente y la dejaran todo el tiempo a mi lado. Que tuvieran la capacidad y el conocimiento necesarios. Que tuvieran herramientas, saberes alternativos a la medicina alopática, para poder ayudarme a sobrepasar el dolor, si hacia falta.
Así fue. Así atravesé un trabajo de parto que empezó un martes de madrugada, se frenó el miércoles por la mañana con seis centímetros de dilatación y continuó el miércoles por la noche... Laia nació el jueves quince minutos pasadas las once de la mañana. En todo ese tiempo fui acompañada amorosamente y tratada con sumo respeto. Atesoro el silencio, las palabras suaves y las frases breves, justas y necesarias. Atesoro esos instantes mágicos en que recibía lo que necesitaba para estar cómoda y atravesar las contracciones... A la luz de las velitas y entregada al nacimiento de Laia, solo veía manos que me alcanzaban almohadas, agua o me daban algún masaje.
Así llegó Laia, salió de mi y pasó directo a mi pecho. Piel con piel se prendió a la teta y mientras mamaba yo no podía dejar de mirarla, olerla, acariciarla, sentirla sobre mi... tan pequeñita. Gracias Naty por recibirla, por acompañarnos y cuidarnos para que el nacimiento de Laia fuera lo que fue: alegría y sanación.

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